En este
artículo hablaré sobre las “necesidades” que tuve de niño, y que muchos hoy en
día siguen teniendo, y como, en ciertas ocasiones en donde faltaban todos los
servicios básicos, el cuerpo se adaptaba y resistía cosas que hoy mucha gente
no podría sin la ayuda de algún electrodoméstico o alguna comodidad especifica.
Esto NO ES ROMANTIZAR LA POBREZA, ya que estoy totalmente en contra de
semejante aberración. Es simplemente, una forma de intentar demostrar que
algunas cosas pueden estar de más, o en cierto punto, lo resistente y fuerte
que eres.
Cuando llegaba
el invierno, recuerdo que el techo de chapa convertía la cocina y el resto de
las habitaciones de la casa, en un congelador en el cual se podía ver la “respiración”
salir de nuestras bocas, no teníamos estufa, ni a nafta o kerosene, tampoco a
gas, y es que no había línea de gas que entrara a la casa. Al despertarnos pasábamos
de lo calentito de la cama (si no te movías demasiado) a la realidad helada, y
el hogar, precario, fue hermoso por más que sus agujeros en las puertas y
ventanas dejara entrar todo el frio de la intemperie sin ninguna resistencia. Con
mi familia, y también otras muchas familias, hemos, y a día de hoy aguantan
otras familias, temperaturas de -4 o -5 grados Celsius como si nada, si bien, quizás
estas extremas heladas eran tan solo uno o dos días en el clima de mi ciudad,
lo resistíamos perfectamente. Un poco duele, es verdad, no te voy a mentir, quizás
duele un poco bastante, pero hay un mecanismo de la mente que cuando la misma
se acostumbra, ese tipo de situaciones las pasa como si nada, si, la piel y las
extremidades sufren, pero lo resistes, no sé cómo, hoy acostumbrado al
calentador alimentado por la línea de gas natural, seguramente sufriría mucho
si tengo que volver a enfrentarme a esas temperaturas y a ese estilo de vida de
una forma tan “frontal”. Aguantábamos también las posibles gripes, resfríos,
anginas, bronquitis y principios de neumonía, era cuestión de dos o tres días
en cama y a darle, a salir a las seis de la mañana nuevamente a juntar
botellas, a preparar la chatarra helada para llevarla a vender, desayunar sin
nada sólido y listo, a comenzar el día.
El verano,
al igual que el invierno, tampoco te daba tregua para nada, y nunca supe cuál
de las dos es la peor estación si no tienes nada, por lógica, comprendo que las
enfermedades en invierno pueden ser más duras, y cuanta más edad, más mortales.
Ha, pero la llegada del calor sin que tengas nada para hacerle frente, puff, es
sufrir, sufrir mucho más que una temperatura bajo cero, si, es verdad que
seguramente no sufras enfermedades respiratorias, pero será un sufrimiento
diferente y constante, que ni en la noche te perdonará; y es que, descansar con
33 o 34 grados de temperatura a las dos de la mañana, sin ventilador ni aire a
condicionado, no es nada fácil.
Hoy como
adulto me protejo del sol si hace calor, intento no tener que moverme por la
calle en el horario del mediodía y la siesta, y si está demasiado pesado el ambiente,
no me dan ganas de hacer nada, pero literalmente nada. Pero de niño, no me
importaba nada, podía incluso jugar al futbol a la 1 de la tarde con casi
cuarenta grados, y, en mi barrio no se jugaba un ratito, si no que podíamos estar
cuatro o cinco horas. Podrás pensar que esta resistencia era la ventaja de la
vitalidad de un niño, pero recuerdo a mi madre, a mis abuelos, y a día de hoy
sigo viendo gente adulta, en una situación parecida a la de los adultos de mi
infancia, a quienes el calor no los frena, resisten, resisten y resisten.
Viéndolo hoy,
a la distancia, éramos unas bestias, resistíamos todo, casi nunca nos quejábamos
y nunca parábamos. ¿Inspirador? No, para nada, al contrario, suicida y desgastante
a un ritmo muy acelerado, es que, había veces que ni comíamos.
Esto es simplemente un pensamiento o mejor dicho un recuerdo, que intenta decirte: ¡A la mierda, eres más fuerte de lo que crees y tu cuerpo aguantará todo! ¡Anímate!
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