En el artículo anterior se concluyó que, la justicia,
en vez de castigar, tiene como objetivo reeducar al criminal. Ahora ahondaremos
más en esa postura sobre los castigos y que piensa Foucault sobre los mismos.
“Hubo,
por lo demás, de momento, unos diputados que se asombraron de que en lugar de
haber establecido una relación de índole entre delitos y penas, se siguiera un
plan completamente distinto: ‘De manera que si he traicionado a mi país, se me
encierra; si he matado a mi padre, se me encierra; todos los delitos
imaginables se castigan de la manera más uniforme. Me parece estar viendo un
médico que para todos los males tiene el mismo remedio’”.
Este punto es clave, porque puede ser el “descubrimiento”
en el cual gira toda la obra de Vigilar y Castigar, y es a su vez, un párrafo
de “doble filo” que puede llevar a malas interpretaciones si no se profundiza y
se lo analiza de manera superflua.
Una de las críticas más denigrantes hacia Foucault se
basa en que, él mismo, “es un filósofo peligroso”, y en la falsa creencia de que,
“si fuera por él, los asesinos, violadores y criminales de toda índole, no deberían
ser castigados”. Además de otras críticas que correctamente se enfocan a que si
de él dependiera no existirían estados y naciones; pero atengámonos a las críticas
sobre los castigos.
Foucault, con el párrafo citado, nunca intenta dejar
en claro que no tiene que haber castigo alguno, sino que, todo lo contrario,
toda su obra se basa en hacernos ver que lo que menos hay en la justicia, es un
castigo por el crimen cometido. Y para que se entienda mejor, te pregunto, ¿Cuál
es el castigo para un asesino? O ¿Cuál es un castigo para un violador? Pues para
la justicia, encerrarlos y ya. Lo que deja en claro la obra de Foucault es la
falta total y permanente de una palabra explicita que indique el tipo de
castigo por la pena; por este hecho, el autor de la obra no otro fin en las
leyes que una forma de advertencia por las cuales los ciudadanos deben
auto-controlarse, en fin, las leyes como una forma de amenaza, como una forma
de aceptación de “todo lo que venga” en la vida, sin que pudiéramos hacer algo “fuera
de la ley” para cambiarlo. En fin, un control perfecto. Continuamos con la
obra:
“Pero
a través de estas divergencias, los juristas se atienen firmemente al principio
de que ‘la prisión no se considera como una pena en nuestro derecho civil’. Su papel
es el de ser una garantía en el que la prenda es la persona y el cuerpo: ad
continendos hommes, non ad puniendos, dice el adagio; en este sentido, la
prisión de un sospechoso tiene en cierto modo la misma finalidad que la de un
deudor. Por la prisión, se detiene a alguien, no se le castiga”.
Aquí queda claro, que lo que menos busca primeramente
el concepto y luego la realización de la prisión, es un castigo por el crimen
cometido. La finalidad de la misma no es castigar, sino más bien, que todos los
que pasen por ella cumplan con un mismo objetivo: reeducarse. ¿pero con qué
fin?
“Esta
pedagogía tan útil reconstituirá en el individuo perezoso la afición al
trabajo, lo obligará a colocarse en un sistema de interés en el que el trabajo
será más ventajoso que la pereza, y formará en torno suyo una pequeña sociedad
reducida, simplificada y coercitiva en la que aparecerá claramente la máxima:
quien quiera vivir debe trabajar”.
El párrafo siguiente también se corresponde con el
anterior:
“La
duración de la pena sólo tiene sentido en reacción con una corrección posible y
con una utilización económica de los criminales corregidos”.
De los dos párrafos aquí arriba, el primero de ellos
tiene un objetivo sublime, y en donde, ese mismo objetivo ha moldeado todas las
sociedades modernas hasta el día de hoy. Primero indica que, como veníamos viendo,
la cárcel no tiene un fin de castigo, sino de instrucción, pero había quedado
viva la pregunta de ¿para que se re-educa al criminal? Muy simple, para que el
mismo puede introducirse luego de cumplir su pena, y de forma rápida, en el sistema
productivo. Es decir, en la prisión, encuentran la forma de moldear el cuerpo y
el alma de criminal, esto es: a una hora especifica se deben despertar, deben
realizar un trabajo en su estadía en prisión, deben seguir unas reglas y unos
pasos para lograr su re-educación.
Pero hay algo más espectacular aún, y es lo siguiente:
“formará en torno suyo una pequeña sociedad reducida, simplificada y
coercitiva, en la cual la máxima será: quien quiera vivir debe trabajar”. Hagamos
un esfuerzo en este punto, la trasposición de las penas hace que cada ciudadano
sea agravado, y por lo mismo, él ciudadano victima espera una compensación y un
castigo para con el criminal que lo ha ofendido. Y entonces, si el fin de la
pena es la re-educación del criminal para que vuelva al sistema laboral, al
sistema productivo, esto paralelamente y de forma implícita obliga a que el
buen ciudadano que no delinque tenga una sola meta correcta en su vida, que ya
no es vivir felizmente en la tierra que pisa, sino, trabajar; esto es así porque
si el criminal es castigado con la educación para su futura capacidad
productiva, ese objetivo máximo de la prisión, el objetivo máximo del cuerpo
prisionero al alcanzar su libertad, esta acción, este ejercicio, deja sobre la
mesa, que la ciudadanía solo tiene que hacer una sola cosa, producir.
A esto Foucault reflexiona:
“La
disciplina es una anatomía política del detalle”.
Continuamos:
“En
esta gran tradición de la eminencia del detalle vendrán a alojarse, sin
dificultad, todas las meticulosidades de la educación cristiana, de la
pedagogía escolar o militar, de todas las formas finalmente de encarnamiento de
la conducta”.
Podríamos bien concluir que, el proceso evolutivo de
la prisión, tiene el fin de moldear a todo aquel que nunca pise la misma. Continuaremos
en otro momento con más análisis del libro Vigilar y Castigar.
0 Comentarios