Opinión sobre la Voz del gran jefe de Felipe Pigna.



Siempre es interesante conocer las figuras de los próceres y de aquellos hombres que hicieron historia, de aquellos desconocidos que se lanzan a seguir sus convicciones dispuestos a entregar su propia vida, acción que los vuelve inmortales. En Argentina, la figura del Gral. San Martín es la más respetada, al menos de forma mayoritaria. Sucede que, de forma general, conocemos la vida y las obras realizadas por la patria de parte de San Martín, gracias a la poca y distorsionada información que nos brinda la escuela primaria y secundaria, información que muchas veces esta tergiversada y manipulada por diversos poderes para hacernos consumir la historia que ellos necesitan que la gente sepa. 

El libro “La voz del gran jefe” es una obra que me ha despertado múltiples sensaciones, sensaciones intensas, y es que, no es para menos, leer y aprender sobre la vida y las acciones de semejante personaje no puede menos que llenarte de orgullo, y a la vez de impotencia y tristeza, de bronca, por las injusticias que tuvo que enfrentar en su vida.

La postura del libro

Pigna tiene un punto de vista muy interesante, y que comparto completamente. Y es que las figuras de los próceres de nuestro país están divinizadas, pero, ¿Qué significa esto? Es que son puestas en un escalón casi de “deidad”, deidades que no tenían defectos, que mucho menos tenían posturas y opiniones políticas, deidades que no eran tercos y rebeldes y que por supuesto, obedecían todas las reglas, leyes y todas las ordenes de los directores y poderes de aquella época.
Pues, toda esa figura de deidad y cuasi-divina alrededor de San Martín son mentira. El libro nos deja saber que era una persona comprometida políticamente e incluso, un rebelde, capas de desobedecer las órdenes del directorio (lo que hoy en día equivale al presidente) si no le parecían justas.

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Es un libro más que recomendable, y que, a mi parecer, tendría que ser obligatorio en todas las instituciones educativas, ya que queda bien en claro lo hijo de putas que fueron Rivadavia, Alvear, Castelli y toda esa clase de gente. Y también queda bien en claro, lo glorioso que fue la persona del General San Martín.

Fragmentos del libro


¡CARAJO!, NO ME PIDA MÁS

El director Pueyrredón había estimado que en su totalidad la expedición libertadora a Chile tendría un costo de unos dos millones de pesos de entonces, cuando el ingreso de un jornalero rondaba los 10 pesos mensuales, que era aproximadamente también el sueldo promedio de los soldados del Ejército de los Andes. De ese total, poco más de 900.000 pesos fueron aportados por el Directorio desde Buenos Aires; el resto provino de lo que San Martín debió recaudar en Cuyo y los aportes de otras provincias, incluidos los aportes voluntarios y las contribuciones forzosas.
Pueyrredón, aunque siguió empeñado en la guerra civil contra los federales de Artigas, incluso ante la invasión portuguesa de la Banda Oriental iniciada a mediados de 1816, cumplió en todo lo que pudo con los reclamos de San Martín, tal como habían convenido en su entrevista. Para ello, en más de una ocasión, debió enfrentar los intereses dominantes de Buenos Aires, a los que en última instancia respondía. Un director supremo desbordado le escribía al futuro Libertados, en noviembre de 1816: 

"A más de las 400 frazadas remitidas de Córdoba, van ahora 500 ponchos, únicos que se han podido encontrar. Van todos los vestuarios pedidos, y muchas más camisas. Si por casualidad faltasen de Córdoba en remitir las frazadas, tome usted el arbitrio de un donativo de frazadas, ponchos o mantas viejas a ese vecindario y el de San Juan; no hay casa que no pueda desprenderse sin perjuicio de una manta vieja: es menester pordioserar cuando no hay otro remedio.
Van 400 recados.
Van hoy por correo en un cajoncito los dos únicos clarines que se han encontrado.
Van los 200 sables de repuesto que me pidió.
Van 200 tiendas de campaña o pabellones, y no hay más.
Va el mundo.
Va el demonio.
Va la carne.
Y no sé yo cómo me irá con las trampas en que quedo para pagarlo todo; a bien que en quebrando, cancelo las cuentas con todos y me voy yo también para que usted me dé algo del charqui que le mando. Y, ¡carajo!, no me vuelva usted a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido en un tirante de la Fortaleza".

SAN MARTÍN Y RIVADAVIA, UN CRUCE PELIGROSO

En Mendoza, el Libertador esperaba ansioso cada mañana el correo con noticias del Perú, de una carta que lo convocase a terminar lo que él llamaba “la gran obra”, es decir, la Independencia definitiva de América. También temía la llegada de una esquela que le anunciara la partida definitiva de su mujer. Pero el rencor de los rivadavianos, nuevamente en el poder en Buenos Aires, estaba dispuesto a ensañarse con el general que se había negado a participar de la represión interna contra los federales.
Años más tarde le confesaría a su amigo O’Higgins: 

“Confinado en mi hacienda en Mendoza, y sin más relaciones que con algunos de sus vecinos que venían a visitarme, nada de esto bastó para tranquilizar la desconfiada administración de Buenos Aires; ella me cercó de espías; mi correspondencia era abierta con grosería”.

Todavía dos años antes de su muerte, el Libertador guardaba aquellos tristes recuerdos de la persecución de que fue objeto. Así lo demuestra en su carta al presidente del Perú, general don Ramón Castilla: 

“De regreso de Lima, fui a habitar una chacra que poseo en las inmediaciones de Mendoza; ni este absoluto retiro, ni el haber cortado con estudio todas mis antiguas relaciones, y, sobre todo, la garantía que ofrecía mi conducta desprendida de toda facción o partido cubierto de las confianzas del Gobierno que en esta época existía en Buenos Aires: sus papeles ministeriales me hicieron una guerra sostenida, exponiendo que un afortunado se proponía someter la república al régimen militar y sustituir este sistema al orden legal y libre”. 

El representante diplomático chileno en Buenos Aires, Miguel José de Zañartú, le había advertido a O’Higgins: 

“Todos abominan de San Martín y no ven en él más que un enemigo de la sociedad desde que se ha resistido a tomar parte en las guerras civiles y ha impedido la marcha de sus tropas. A él le atribuyen la sublevación de los pueblos y si se aumentan las desgracias del país, creo que lo quemarán en estatua”. 

Con el argumento de que no estaban dadas las condiciones de seguridad, Rivadavia negó el permiso a San Martín para viajar a Buenos Aires.
El verdadero temor del ministro y hombre fuerte de la política porteña era que el general tomase contacto con Estanislao López, gobernador de Santa Fe, y que su presencia diese un vuelco favorable a los federales en Buenos Aires.
En octubre de 1823 llegó desde Buenos Aires el capitán retirado Manuel Guevara trayendo una carta de López para el general. El gobernador santafesino le advertía a San Martín que el gobierno porteño pensaba someterlo a juicio por su desobediencia a la orden directorial de 1819 de abandonar la campaña libertadora y sumarse a la guerra civil, al tiempo que le ofrecía su apoyo: 

“Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de mi gratitud y del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan patrióticamente en 1820 a concurrir a derramar sangre de hermanos con los cuerpos del Ejército de los Andes, que se hallaban en la provincia de Cuyo, siento el honor de asegurar a V.E. que, a su solo aviso, estaré con la provincia en masa a esperar a V.E. en el Desmochado, para llevarlo a triunfo hasta la Plaza de la Victoria. Si V.E. no aceptase esto, fácil me será hacerlo conducir con toda seguridad por Entre Ríos hasta Montevideo”.  

Olazábal, que presenciaba la escena, cuenta que San Martín le dijo: 

“No puedo creer tal proceder en el gran pueblo de Buenos Aires. Iré pero iré solo, como he cruzado el Pacífico, y estoy entre mis mendocinos. Pero si la fatalidad así lo quiere, yo daré por respuesta mi sable, la libertad de un mundo, el estandarte de Pizarro y las banderas que flotan en la catedral, conquistadas con aquellas armas que no quise teñir con sangre argentina. ¡No! Buenos Aires es la cuna de la Libertad”.

San Martín confirmará las advertencias de López en una carta a su amigo Tomas Guido: 

“¿Ignora usted por ventura que en el año 23, cuando yo por ceder a las instancias de mi mujer de venir a darle el último adiós, resolví en mayo venir a Buenos Aires, se apostaron partidas en el camino para prenderme como a un facineroso, lo que no realizaron por el piadoso aviso que se me dio por un individuo de la misma administración -¡y en que época!- en la cual ningún gobierno de la Revolución ha tenido más que regularidad y fijeza? ¿Y después de estos datos, no quiere usted que me ponga a cubierto, no por mi vida, que la sé despreciar, pero sí de un ultraje que echaría un borrón sobre mi vida pública? Convenga Ud., amigo, que la ambición es respectiva a la condición y posición en que se encuentran los hombres, y que hay alcalde de lugar que no se cree inferior a un Jorge IV”. 

El Libertador declinó el ofrecimiento de López para evitar “más derramamientos de sangre”, y pese a la amenaza de ser apresado “como un facineroso”, partió de todos modos hacia Buenos Aires, de donde le llegaban noticias de que el estado de Remedios era ya terminal.




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