Lo que “Vigilar y castigar” de Michael Foucault me dejo. Parte 3: trasposición del castigo.


En el artículo anterior, vimos el comienzo de una transición de los castigos y las penas, es decir, comenzamos viendo en “Vigilar y Castigar” primeramente el descuartizamiento del criminal, luego, como cada individuo del pueblo se reconoce a sí mismo en ese criminal muchas veces no merecedor de semejante suplicio, hecho que dio lugar entonces al nacimiento de la solidaridad dentro del cuerpo social y a la persecución de soplones y agentes del orden. Y, por último, notamos al poder percibir y perseguir nuevas formas de romper con esa solidaridad entre los ciudadanos. 

Continuamos con el libro: 

“Las capas más desfavorecidas de la población carecían, en principio, de privilegios, pero beneficiaban, en los márgenes de lo que les estaba impuesto por las leyes y las costumbres, de un espacio de tolerancia, conquistado por la fuerza o la obstinación, y este espacio era para ellas una condición tan indispensable de existencia, que a menudo estaban dispuestas a sublevarse para defenderlo. Las tentativas hechas periódicamente para reducirlo, prevaliéndose de viejas reglas o afinando sus procedimientos de represión, provocaban en todo caso agitaciones populares, del mismo modo que los intentos de reducir determinados privilegios agitaban a la nobleza, el clero y la burguesía”.

¿Por qué la inclusión de este párrafo en él artículo? Es que es importante, tener en claro que los pocos “privilegios”, o, mejor dicho, las pequeñas e ínfimas libertades con que contaban las personas en aquella época, al ser atacadas y querer ser reducidas por parte del poder, conllevaba a una revuelta social, y este punto, es otra de las causas por las cuales se buscaba desde los distintos sectores del poder, encontrar una forma de comprimir más aún a la sociedad y a la vez evitar que la misma se subleve, y es allí donde se hace primordial el concepto del “contrato”. 

“Al nivel de los principios, esta estrategia nueva se formula fácilmente en la teoría general del contrato. Se supone que el ciudadano ha aceptado de una vez para siempre, junto con las leyes de la sociedad, aquella misma que puede castigarlo. El criminal aparece entonces como un ser jurídicamente paradójico. Ha roto el pacto, con lo que se vuelve enemigo de la sociedad entera; pero participa en el castigo que se ejerce sobre él. El menor delito ataca a la sociedad entera, y la sociedad entera –incluido el delincuente- se halla presente en el menor castigo. El castigo penal es, por lo tanto, una función generalizada, coextensiva al cuerpo social y a cada uno de sus elementos”.

En el párrafo anterior, queda bien en claro cuál es uno de los objetivos de esa “trasposición” o sensación falsa de “transposición” del castigo, es decir, antes, el crimen era contra el rey, ahora, es contra la sociedad entera, por lo tanto, contra cada uno de los ciudadanos, y ahí es donde cada uno de los ciudadanos tiene que ser parte activa en el castigo y en la vigilancia y no solo eso, sino también, ser la parte que ansía una retribución al ataque recibido por el criminal. Sinceramente, un giro brillante por parte del poder y su afán de controlarlo todo. ¿Por qué? Porque de esta manera, rompe la solidaridad entre el cuerpo social, ya que no es el rey el atacado, sino el propio individuo que conforma parte de ese cuerpo social, y, además, haciendo uso el poder del concepto del “contrato” logra, ampliamente, la posición de poder obligar a todos a seguir las leyes y a vigilar que nadie cometa una ofensa contra la sociedad entera. 

A esto Foucault coloca la siguiente cita:
Un déspota imbécil puede obligar a unos esclavos con unas cadenas de hierro; pero un verdadero político ata mucho más fuerte por la cadena de sus propias ideas. Sujeta el primer cabo al plano fijo de la razón; lazo tan fuerte cuanto que ignoramos su textura y lo creemos obra nuestra; la desesperación y el tiempo destruyen los vínculos de hierro y de acero, pero no pueden nada contra la unión habitual de las ideas, no hacen sino estrecharla más; y sobre las flojas fibras del cerebro se asienta la base inquebrantable de los Imperios más sólidos”. 

Entendamos con ironía y con verdad este párrafo que Foucault agrega, de la siguiente manera: “Las leyes son nuestras, y debemos defenderlas; sí, fueron escritas por sectores de poder a los que nunca llegaremos y ni siquiera podemos acercarnos, pero son NUESTRAS”. Por supuesto, aquí, el párrafo se orienta específicamente al contexto de penas, leyes y la evolución de las mismas, pero puede aplicarse fielmente en la actualidad a todo político y partido. 

“Que se acaben las penas secretas, también; pero que los castigos puedan ser reconsiderados como una retribución que el culpable da a cada uno de sus conciudadanos, por el crimen que los ha perjudicado a todos: unas penas ‘que salten sin cesar a los ojos de los ciudadanos’, y que pongan ‘de manifiesto la utilidad pública de los movimientos comunes y particulares’”. 

Este punto es muy interesante, y de forma implícita, compromete a toda la población y la vuelve centinela activa de los poderes dominantes, cuando dice “que los castigos puedan ser reconsiderados como una retribución a cada uno de sus conciudadanos”, implica que cada uno de los ‘conciudadanos’ está esperando la retribución por la falta cometida contra él mismo, por más que el delito no lo afecte directamente en lo más mínimo. Por eso, también dice: ‘que las penas salten a los ojos de todos’, para que todo el cuerpo social entienda de la retribución que debe recibir por parte del criminal, y, en este punto, es donde se une la última parte: ‘la utilidad pública de los movimientos comunes y particulares’, y es que, cada uno de nosotros pasa automáticamente a ser un agente del orden, por más que esos ordenes sean ajenos y nos esclavicen. 

“Código penal: ‘a menudo y en épocas señaladas, la presencia del pueblo debe llevar la vergüenza a la frente del culpable; y la presencia del culpable en la penosa situación a que lo ha reducido su delito debe llevar al alma del pueblo una instrucción útil’. Mucho antes de ser concebido como un objeto ciencia, se sueña al criminal como un elemento de instrucción”. 

Este párrafo se fusiona perfectamente con el siguiente: 

“¿Cómo hacer callar la epopeya de los grandes malhechores cantados por los almanaques, las hojas sueltas, los relatos populares? Si la trasposición del orden punitivo está bien hecha, si la ceremonia de duelo se desarrolla como es debido, el crimen no podrá aparecer ya sino como una desdicha y el malhechor como un enemigo a quien se enseña de nuevo la vida social. En lugar de esas alabanzas que hacen del criminal un héroe, no circularan ya en el discurso de los hombres otra cosa que esos signos-obstáculos que contienen el deseo del crimen con el temor calculado del castigo”.

Cuando Foucault se refiere a que ‘la presencia del culpable lleve al alma del pueblo una instrucción útil’, se está refiriendo a la vez a la última parte del párrafo anterior, ‘no circularan en el discurso de los hombres, esos signos-obstáculos que contienen el deseo del crimen’. Es decir, que, al tener siempre presente las penas, el poder busca reducir los crímenes por el temor que cada ciudadano adquiere al saber a lo que se atendrá, y al saber también, que toda la sociedad ya lo juzgará por su crimen. También, en estos párrafos deja ver algo clave que veremos en próximos artículos, y es que, el malhechor debe ser reeducado para integrarse nuevamente a la vida social, es decir, el castigo, pasa a ser un acto de educación.



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