Reseña: A quien corresponda, de Martín Caparros

No sé qué es lo que lleva a un lector al azar, a elegir libros que en la mayoría de los casos no parecen caer en sus manos por una cuestión de simple “azar”. Una manera algo creativa de decir que, “A quien corresponda” llegó a mis manos por azar, y debido al impresionante desorden de libros que poseen las estanterías de la biblioteca a la cual estoy asociado. Sin embargo, a pesar de este supuesto y reconocido azar, A quien corresponda, me parece un libro necesario para todo ciudadano argentino. ¿Un poco exagerado? No lo creo.

Creo que, para entender el libro, es necesario saber, de forma mínima, algo de la historia argentina en los años del golpe cívico-militar. Pero OJO, no te creas que la novela te va a querer vender pura ideología. Es una novela bien escrita y atrapante, nada de chucherías ideológicas baratas. Y también, es necesario conocer algo de la vida del autor: Martín Caparros. No obligatorio, pero si, puede ayudar tener un poco de contexto de ambos.

Contratapa

Lo primero es una muerte: en un pequeño pueblo argentino un cura aparece cosido a puñaladas. Pero, en Argentina, es muy difícil decir que una muerte fue la primera. Hay demasiadas historias. A quien corresponda es la historia de una derrota decisiva, de una venganza demorada, de los crímenes de un Estado desatado, de la bendición eclesiástica para esos crímenes, de un amor que no puede terminar. Y es, sobre todo, el relato más crudo que se haya escrito sobre el destino de una generación que quiso construir una sociedad mejor y consiguió abrir las puertas a una mucho peor. Carlos militó en la izquierda revolucionaria; treinta años después está convencido de que formó parte de «la generación más fracasada de esta larga historia de fracasos que es la historia argentina» pero no quiere morirse sin enfrentar un último fracaso posible: el intento de vengar a su mujer secuestrada, torturada, seguramente muerta.

La novela

A quien corresponda es el título de esta obra de Martín Caparros, y me parece que a su vez, es como una forma de desafío “a quien quiera recoger este guante” y “profundizar más” en los sucesos de la historia argentina. Profundizar desde el cuerpo, pensamiento y reflexión de militantes que se enfrentaron a los militares en la dictadura.

La historia la narra su protagonista: Carlos Freitas, quien es un antiguo militante de la izquierda revolucionaria. Rápidamente, al leer la novela, sabemos que Estela, su mujer, fue desaparecida estando embarazada en el chupadero Aconcagua, uno de los peores del país.

La novela comienza con el asesinato del padre Augusto Fiorello, quien en su pasado fue capellán del centro de detención Aconcagua. En torno al padre Fiorello gira gran parte de la historia, porque en un dialogo imaginario, Carlos (el protagonista) habla con Estela, su mujer desaparecida. Y poco a poco, a lo largo de la novela, Carlos empieza a investigar, gracias a los pocos conocidos que le quedan de aquella época revolucionaria, quienes fueron los encargados de la desaparición de su mujer, o los encargados de su muerte, o de su tortura y luego de su muerte.

Y todo gira en torno a la posibilidad de que Carlos tome venganza contra el padre Fiorello, venganza por su mujer y su hijo, y por todos los que pelearon en aquella época.

En el medio de todo ese recorrido, Carlos reflexiona y no lo hace desde un punto de vista tradicional, o lo que el propio Carlos llamaría “el papel de víctima”.

Reflexiona sobre lo equivocados que estaban, y si la lucha que dieron en los años 70’ fue una decisión correcta ¿Qué querían cambiar? ¿acaso no dejaron un país peor que el que tenían? No le gusta el papel de víctima, sabe (según su punto de vista) que ambos bandos mataban, y lo hacían a sangre fría. Claro, uno de esos bandos no torturaba, pero seguía matando por la causa.

Entonces, melancólico llega a la conclusión de que parte de la historia de aquellos jóvenes que murieron, fue borrada por el papel de víctimas que nuestra sociedad actual les da. Reniega de eso en la novela, cada vez que puede.

¿Qué pasa con Estela? Martín Caparros logra bien ese papel que lamentablemente tienen todos los desaparecidos de aquella época, nunca en la novela se puede saber que fue de ella, excepto por las reflexiones y diálogos imaginarios de Carlos.

El asesinato del padre Augusto Fiorello, deja la sensación, de que es “otro crimen sin autor”, ya que la policía finalmente culpa a un chico pobre, negro de barrio bajo (según la novela), pero es posible que el autor haya sido el mismísimo Carlos logrando LA VENGANZA.  

Extracto de la historia

Generalmente, no soy de poner extractos de la historia en una reseña, pero me parece muy interesante la reflexión de Carlos (protagonista), sobre aquellos años:

  • ¿Alguno de ustedes se acuerda de lo que sentía cuando matábamos a alguien?

Dije, cómo si no le hablara a nadie.

Juanjo se quedó con la boca abierta babosa congelada, Guillermo miró tres veces seguidas su reloj de yachtman, Alberto entrecerró los ojos y quizás pensó una sonrisa. El silencio fue espeso, sostenido. El silencio no fue falta de palabras: fue el vacío que arman demasiadas palabras cuando se acumulan, se pisan, se atropellan, se callan mutuamente. Yo había bebido mucho pero el silencio me llamaba: si dejaba que alguno de los tres lo deshiciera, si no hablaba, los obligaba a atacarme y a desviar la charla hacia un terreno todavía más confuso. Así que traté de continuar, a tropezones: que ahora nos acordamos sobre todo de cómo nos mataban. Parece como si nos hubiéramos puesta de acuerdo en recordar esa parte de la historia: todos de acuerdo en acordarnos de cómo nos mataban, y digo todos: todos. A los militares y a sus comisionistas les conviene que recordemos eso porque es su forma de decirle a cualquier argentinito con ideas extrañas tengan cuidado muchachos y ni piensen en hacer quilombo, que ya vieron cómo terminan los que lo intentan. A los tibios, a los que nunca hicieron nada, a la gran masa estúpida, les resulta más fácil recordar una matanza, la maldad de los malos, el famoso genocidio, que pensar las complejidades de un enfrentamiento por el poder de definir el modelo social. Y a nosotros, a mediano plazo, empezó a convenirnos porque nos convirtió de equivocados en víctimas, de derrotados en victimas -y no hay papel mas generoso que el de víctimas, decía yo, farfullando, no hay otro papel que como ése no tolere cuestionamiento, donde cualquier cuestionamiento arrugue la compasión obligatoria de pobrecitos esos muchachos cómo los asesinaron esos hijos de puta. Porque quizás si no hubiéramos resultado tan víctimas tendríamos que haber rendido cuentas ante alguien – no sé ante quién, pero ante alguien – por todos nuestros errores, por nuestras pelotudeces, por haber revoleado a la mierda el capital social que habíamos conseguido, la confianza de tantos miles de personas, las esperanzas de millones, todo desperdiciado en el delirio de ganar esa guerra perdida de antemano. Pero no, claro, quién le va a ir a pedir cuentas a los sobrevivientes de la masacre. Así que a nosotros por supuesto que nos convenías, y conseguimos que muchos se olvidaran que nosotros también creíamos que la violencia era una forma de cambiar el mundo. Yo creo que hasta nosotros mismos conseguimos olvidarnos, muchos de nosotros conseguimos olvidarnos de que creíamos que para cambiar todo había que agarrar los fierros y matar a unos cuantos. Yo sigo creyendo que tenía sentido, no reniego de eso. Digo, nomás, que no supimos cómo enfrentar tanta derrota y nos volvimos víctimas.

Una linda definición de los “progres”

De la boca Carlos:

Entonces muchos se han vuelto progres, que es como decir que no les da el cuero para ser nada en serio. Los progres son divinos: se incomodan cuando la misera se nota demasiado, se incomodan cuando hay un golpe de discriminación muy evidente, se incomodaban cuando alguna libertad individual patina, se incomodan cuando los políticos roban, se incomodan cuando alguien dice que tal pájaro esta en peligro o tal río poluido. Los progres son sensibles. Los progres creen que habría que corregir: hacer correcto. A los progres les gustan las Grandes Palabras Consagradas, les gustan los Valores Seguros en el Banco Moral, les gusta llenarse la boca con su propia integridad, se mueren del susto si tienen que emprender trayectos nuevos; van por las avenidas arboladas asfaltadas por donde avanzan los Grandes Conceptos Indudables. Los progres están llenos de Buenas Intenciones que se manifiestan en sus ataques de Sacrosanta Indignación -que los llenan de la Mejor Conciencia: los progres deben dormirse satisfechos muchos días. Y después se levantan y retoman su eterna búsqueda de un papá bueno: al final terminan votando a cualquiera que salga por la tele y repita dos o tres veces esas grandes palabras con el ceño fruncido o una sonrisa cristalina. Vos no los conocés, Estela, en tus tiempos no existían y yo sé que debe ser difícil entenderlos, pero me parece que lo que mejor los representa es la ecología: son muy ecololós. Ahora, desde que no sabemos como cambiar el mundo, parece que los cambios son cosa de los ricos y de los poderosos y son una amenaza y que hay que protegerse. Entonces los ecololós tratan de defender lo que hay, conservadores del alma: si hubiera habido ecologistas en el siglo XV, digamos, habríuan denunciado airadamente la poda de árboles para construir barcos, acá seguiríamos, felices en las pampas con nuestros taparrabos. O, mejor dicho, vos seguirías en Polonia, yo en Galicia, y la Argentina nunca habría existido: habría que haberles hecho caso. Así son los progres, Estela: más gallináceos que un gerente de sucursal del Banco Provincia en el barrio Castello.

En resumen

Es una novela atrapante, con un contexto histórico y actual a la vez. Muy bien narrada y super recomendable.

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