Saben, en la semana me la paso pensando en el fin de semana,
y llego a predicciones como las siguientes: “voy a aprovechar a terminar todo
lo que aún no logre”, “voy a escribir a tiempo completo ambos días”, “voy a
leer”, etc., etc., etc.
Imagino que les pasa mucho, pero cuando llega el sábado y el
domingo, yo al menos no encuentro otra respuesta que dormir hasta las once y
media, levantarme y desayunar.
Luego, porque siempre tengo que desayunar al levantarme, sin
importar la hora, comienzo a pensar todo lo que dije que iba a hacer, y me doy
cuenta de que me encuentro en un “cuello de botella” del que no voy a lograr
salir, a menos que deje de lado una gran cantidad de “promesas”.
A veces aparece la culpa, por no poder realizar todo lo que
se tenía planeado para estos dos únicos días de descanso, mientras el
manicomío, paciente, nos aguarda sabiendo de la inevitable llegada del lunes.
Lo que me “salva” de esas sensaciones de que no he realizado
nada y que solo he perdido el tiempo, es pensar que quizás, estos días de
descanso solo sirven para hacernos ver todo aquello que queremos realizar y que
nos apasiona, pero estamos tan destruídos por el mundo de “los adultos” que
llegamos sin fuerzas de nada a los mismos. Duro, pero inevitable.
Sobra tanto un domingo en esta locura que estamos
sumergidos, qué me encuentro desayunando un tímido café a la una y media de la
tarde.
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