Vendedores de la calle

Desconocía esta unión que narraré a continuación, la misma la pude ver, sentir y no solo eso, sino que también pude ser parte de la misma al pasar un tiempo como "Mantero" en la ciudad de Córdoba. 
Cuando vendes en la calle te transformas sin que te des cuenta en una parte molesta de la sociedad, esto siempre lo tienes que tener en claro, no te van a querer y no esta tampoco en la obligación de los demás hacerlo, es decir, quererte; pero es bueno que estés preparado, porque un setenta por ciento de la gente que te cruces te va a tratar mal, quizás un veintisiete por ciento te sonría al decirte que no y el restante tres por ciento solo va a tener intenciones de comprarte algo, sin contar que serás enemigo del total de los comercios que tengas cerca y de toda la policía que te cruces.

Pero dejando de lado las cuestiones de discriminación y/o maltrato por parte de la gente (tienes que ignorarlos y que literalmente te chupe un huevo, tu necesitas vender para poder comer, así que ponte a "cara de poker" o si lo prefieres a "cara de perro"), existe una comunión y una familiaridad entre los vendedores ambulantes o manteros que simplemente no me esperaba. 

Poco a poco fueron pasando frente a mi manta una variedad de vendedores de distinta índole que venían rebotando uno a uno en todos aquellos a los que le ofrecían las distintas cosas que vendían. Todos, pero absolutamente todos frenaban un segundo frente a mi ofreciendo su mensaje de en suerte, su sonrisa y un cruce de miradas entre mi y ellos en la cual nos deciamos todo. 

El vendedor de revistas culturales y de resistencia popular, que no llego a recordar el nombre de la revista en este momento, paso y me gritó: "¡vamos muchacho, vamos que se puede!"; luego el chico recuperado de las adicciones que vendía galletitas de segunda marca ofreciendo un combo a buen precio se freno y dijo: "hola buen día, estoy vendiendo... Ha disculpa flaco, vos también estas vendiendo, perdón, no me di cuenta... A pero mira que lindo lo que vendes, si estas a las doce y media y si llegue a vender algo paso y te compro esa que me gusta, suerte capo" y siguió ofreciéndole las galletitas a cuanto ser se cruzara, luego el chico de las bolsas de residuos: "¿sos nuevo no? Metele que te va a ir bien, suerte" y así una infinidad de compañeros que fueron pasando y con los cuales nos regalamos palabras de aliento y un segundo de compañía en una soledad rara que se siente al estar metido de lleno en la peatonal repleta. 

Vender en la calle hace que tengas, aunque sea por unos momentos, otros amigos u otra familia, tan necesitada como uno. 

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