Las piernas más flacas que vi


Eran alrededor de las diez de la mañana del sábado catorce de diciembre cuando vi llegar a la familia del hambre.




Yo estaba vendiendo las cosas comunes que uno puede vender al tirar la manta en el centro de plaza San Martín en Córdoba capital. En la espera de la venta, los vi llegar a ellos, la familia hambrienta, iban de banco en banco por toda la plaza ofreciendo una estampita de una virgen que no llegue a identificar, a cambio de una colaboración.


Es una escena común del progreso de las grandes ciudades, pareciera que loa ojos cansados se acostumbran a todo o, que al fin y al cabo, la indiferencia logra blindar los corazones.

Esa mañana fue invadida por un aire frío proveniente de las altas cumbres y nos obligó a todos a abrigarnos de una manera u otra, y más aún con las ráfagas que atravesaban la plaza, pero ellos, la familia del hambre, venían con muy poca ropa. Él llevaba encima un pantalón corto de fútbol y con una remera desgastada cubriendo la parte superior de su cuerpo; ella en cambio, venía sin nada en las piernas y la abrigaba una campera vieja y sucia que le cubría el cuerpo hasta la mitad de la cola, por suerte, quien si venía abrigado era el bebé, que descansaba en el cochecito que la chica empujaba mientras el padre era el encargado de ofrecer la estampita a cambio de la colaboración.

Lamentablemente no hay nada nuevo en esta escena repetida, algunas personas accedieron a colaborar con ellos y otros seres los auyentaban como si fueran animales enfermos, es una postal que al ojo turista siempre escapa.

La escena sí llamó mi atención, como todas las escenas parecidas que despiertan mi disgustos por ir a pasear al centro, y es que el contraste es muy fuerte: negocios que valen millones y miles de personas sin tener siquiera para comprar un pedazo de pan. Pero lo que más despertó mi interés era ella, la madre con escorbuto que empujaba zombie el cochecito con su bebe adentro. Como dije, ella llevaba una campera vieja, sucia y que la abrigaba hasta la mitad de su cola, situación que por supuesto los viejos y no tan viejos aprovechaban, se negaban a colaborar con ella y su esposo, sin mirarlos le giraban la cabeza y le hacían señas de que se apartaran con las manos, y cuando ella giraba y comenzaba a alejarse, dejando su cola a la vista, hubo pocos hombres que se excluyeron de clavarle la mirada, el resto, sin ningún tipo de vergüenza clavaban allí sus ojos con la mejor cara de degenerado que les era posible, sin importarles que ella no tuviera para comer, que seguramente estaba al borde de una inanición y de que era un cuerpo completamente desnutrido en búsqueda de limosnas para alimentarse, pero que más se podía esperar, es de bien argentino lo sucedido: <no te voy a ayudar, no me incumbe si tenes pan o leche para tu bebé, no me corresponde salvarte, pero sí que voy a disfrutar mirándote el culo>.
Ella junto a su esposo y su bebé se fueron alejando, la muchacha con sus piernas casi transparentes, finitas y frágiles como una débil rama seca, con la musculatura de una nena de ocho años en una mujer de más de veinte.

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