Un grisin en la basura


Hoy domingo 27 de octubre hay elecciones, y mientras el país vota y decide más con pasión que con inteligencia, yo espero sentado en la puerta de mi casa, en la vereda, son casi las tres de la tarde, espero a que se vacié un poco la fila que hay en la despensa vecina, espero por comprar unos bollos de pan, vivo en la Provincia más reaccionaria del país y por primera vez presencio unas elecciones nacionales en una ciudad “grande” como Córdoba Capital. 


Aquí en las escuelas de votación parecían todos tensos, desde los milicos y gendarmes que custodian el “orden”, hasta la gente que espera para ingresar al cuarto oscuro. Todo eso pasa mientras espero, y no solo espero, sino deseo que haya quedado algo de pan en la despensa. 

Hay poco movimiento en las calles, típico de domingo, una que otra moto y uno que otro caminante, en la esquina lejana, la esquina derecha desde mi posición, y en la vereda de enfrente donde da el sol de lleno, vienen caminando dos hombres, son dos más que se agregan a la cuenta de los pocos que andan a estas horas por las calles. Los hombres vienen juntos, eso se nota fácilmente, pero uno de ellos se distancia un poquito del otro, se adelanta unos metros al estar quizás en “mejor forma” para esta calle que va en subida. 

Ambos tendrán entre cincuenta y sesenta años, no más de eso, vienen por la vereda de enfrente, “fumándose” todo el sol, en la despensa aún hay mucha gente haciendo fila y sigo esperando, el país mientras tanto, votando. 

Cuando el hombre que se adelantó unos pasos de su amigo o hermano o compañero temporario o familiar, cuando ese hombre más rápido para caminar en una calle inclinada, se frenó de golpe al lado del canasto de la basura, en la misma dirección que yo, solo que, en la vereda de enfrente; revisó el canasto unos momentos, y saco un grisin de la basura, mojado por las naranjas partidas en gajos con las cuales ese grisin compartía el espacio; examino el grisin con sus manos, lo partió y se comió la mitad del mismo a la vez que guardaba la otra mitad en la bolsita negra que traía en sus manos vaya a saber desde cuándo, luego de eso siguió adelante. 

El otro hombre, el más lento de los dos, hizo lo mismo y se frenó junto al canasto, revisó las naranjas y eligió la más limpia de todas para llevársela a la boca, la disgusto, la saboreo y le arrancó la poca pulpa que le quedaba para luego seguir a paso lento caminando en la calle inclinada, mientras tanto el país vota.

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