Opinión: Días y noches de amor y guerra, de Eduardo Galeano

Eduardo Galeano caricatura

En este artículo hablaré sobre la obra de Galeano: “Días y noches de amor y de guerra”, sí ya la has leído este post te interesará para conocer un punto de vista diferente y porque no, recordar partes específicas de tan exquisita obra.

Algo que por ahí quieras saber de antemano, si te interesa leer el libro en un futuro cercano, es que si esperas una obra clásica, y con clásica me refiero a estructura clásica, pues este libro de Galeano no es nada parecido a una estructura de ese tipo, sino que más bien está escrita de un modo parecido a como “funciona” nuestra memoria, es decir, a cuenta gotas, pequeñas porciones de información que van saltando entre distintas temáticas, aunque todas siguiendo una línea de tiempo.
Galeano narra su vida de una forma creativa y única, siendo en todo momento fiel a su estilo, nos vamos a ir encontrando a lo largo del libro con puntos de vista filosóficos, poemas, recuerdos de ciertos sucesos de su vida, tragedias y cercanías a la muerte, referencia a desapariciones y todo lo que el autor vivió en una época donde huir del país natal por seguridad era moneda corriente.
La obra te llena de impotencia muchas veces por la claridad con que Galeano detalla el funcionamiento de ciertos poderes intangibles pero totalmente opresores, y en otros momentos, hay una esperanza, una referencia a una lucha colectiva que en algún momento dará sus frutos. Leyendo este libro uno puede entender mucho sobre el autor y sus otras obras literarias, y el constante compromiso intelectual que en las mismas se deja claro de forma explícita. 


Aquí te dejo algunas porciones que por variadas cuestiones fui extrayendo del texto:

EL SISTEMA.

que programa la computadora que alarma al banquero que alerta al embajador que cena con el general que emplaza al presidente que intima al ministro que amenaza al director general que humilla al gerente que grita al jefe que prepotea al empleado que desprecia al obrero que maltrata a la mujer que golpea al hijo que patea al perro.

EL SISTEMA.

Medio millón de uruguayos fuera del país. Un millón de paraguayos, medio millón de chilenos. Los barcos zarpan repletos de muchachos que huyen de la prisión, la fosa del hambre. Estar vivo es un peligro; pensar, un pecado; comer, un milagro.
Pero, ¿cuántos son los desterrados dentro de las fronteras del propio país? ¿Qué estadística registra a los condenados a la resignación y al silencio? El crimen de la esperanza, ¿no es peor que el crimen de las personas?
La dictadura es una costumbre de la infamia: una máquina que te hacer sordo y mudo, incapaz de escuchar, impotente de decir y ciego de lo que está prohibido mirar.
El primer muerto por torturas desencadenó, en el Brasil, en 1964, un escándalo nacional. El muerto por torturas número diez apenas si apareció en los diarios. El número cincuenta fue aceptado como “normal”.
La máquina enseña a aceptar el horror, como se acepta el frío en invierno.

EL SISTEMA.

Los encapuchados se reconocen por las toses.
Masacran a alguien durante un mes y después dicen a lo que queda de él: “Fue un error”. Cuando sale, ha perdido el trabajo. También los documentos.
Por leer o decir una frase dudosa, un maestro o profesor puede ser destituido; y se queda sin empleo si lo detienen, aunque sea por una hora y por error.
A los uruguayos que canten con cierto énfasis, en una ceremonia pública, la estrofa del himno nacional que dice: ¡Tiranos temblad!, se les aplica la ley que condena “el ataque a la moral de las Fuerzas Armadas”: dieciocho meses a seis años de prisión. Por garabatear en un muro “Viva la libertad” o arrojar un volante en la calle, un hombre ha de pasar en la cárcel, si sobrevive la tortura, buena parte de su vida. Si no sobrevive, el certificado de defunción dirá que pretendió huir, dando un traspié y precipitándose al vacío, o que se ahorcó, o que ha fallecido víctima de un ataque de asma. No habrá autopsia.

EL SISTEMA

No se agota en la lista de torturados, asesinados y desaparecidos la denuncia de los crímenes de una dictadura. La máquina te amaestra para el egoísmo y la mentira. La solidaridad es un delita. Para salvarte, enseña la máquina, tenes que hacerte hipócrita y jodedor. Quien esta noche te besa, mañana te venderá. Cada gauchada genera una venganza. Si decís lo que pensas, te revientan; y nadie merece el riesgo. ¿No desea el obrero desocupado, secretamente, que la fábrica eche a otro para ocupar su puesto? ¿No es el prójimo un competidor y enemigo? Hace poco, en Montevideo, un gurí pidió a su madre que lo llevase de vuelta al sanatorio, porque quería desnacer.
Sin una gota de sangre, sin una lágrima siquiera, se ejecuta la cotidiana matanza de lo mejor que cada uno tiene dentro de sí. Victoria de la máquina: la gente tiene miedo de hablar y de mirarse. Que nadie se encuentre con nadie. Cuando alguien te mira y te sostiene la mirada, pensas: “Me va a joder”. El gerente dice al empleado, que era su amigo:
  • Te tuve que denunciar. Pidieron las listas. Había que dar algún nombre. Perdóname, si podes.
De cada treinta uruguayos, uno tiene la función de vigilar, perseguir y castigar a los demás. No hay trabajo fuera de los cuarteles y las comisarias; y en todo caso, para conservar el empleo es imprescindible el certificado de fe democrática que extiende la policía. Se exige a los estudiantes que denuncien a sus compañeros, se exhorta a los niños a denunciar a sus maestros. En la argentina, la televisión pregunta: “¿Sabe usted lo que está haciendo su hijo en este momento?”.
¿Por qué no figura en la crónica roja el asesinato del alma por envenenamiento?

BUENOS AIRES, ENERO DE 1976: NADIE PUEDE NADA CONTRA TANTA HERMOSURA.

A la caída de la tarde, me siento ante una mesita del café I Musici.
El chino Foong, recién llegado de Caracas, me muestra fotos de un mural y de algunos cuadros que ha pintado recreando los rostros y los temas de Leonardo, Van Gogh y Matisse. Me muesta sus últimos dibujos y serigrafías. Me habla sobre una exposición en proyecto.
  • Es la historia de América – dice el Chino – vista a través de La primavera de Botticelli.
Me quedo mirándolo.
  • ¿Entendés? Toda la historia del saqueo y las matanzas a través de esa mujer. Porque esa mujer desnuda es América. ¿Entendés?
Y dice:
  • Cuando miro la Gioconda, la veo envejecer. Puedo emputecerla, puedo inventarle otra memoria. Pero con esa mujer de Botticelli me pasa al revés. Si la envejezco, no existe. Aislo las manos, los ojos, un pie, y no hay caso: no puedo lastimarla por ningún lado.
Pienso en el asombro de América en los ojos de los conquistadores.
  • Carlos V fue un momentito en la historia y en el fondo no pudo hacerle nada –dice el Chino-, Teddy Roosevelt no pudo hacerle nada. Los de ahora tampoco pueden.
  • Todos la persiguieron –se ríe el Chino-. Y Colón, que fue el primero en entrar, se murió sin saberlo.

QUITO, FEBRERO DE 1976: INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE AMÉRICA.

Había dos pueblitos indígenas que eran vecinos. Vivían de las ovejas y de lo poco que daba la tierra. Cultivaban, en terrazas, la ladera de una montaña que baja hasta un lago muy hermoso cerca de Quito. Las dos aldeas se llamaban igual y se odiaban.
Entre uno y otra, había una iglesia. El cura se moría de hambre. Una noche enterró una Virgen de madera y le echó sal encima. A la mañana, las ovejas escarbaron la tierra y apareció la Milagrosa.
La virgen fue cubierta de ofrendas. De ambas aldeas le llevaban alimentos, ropas y adornos. Los hombres de cada aldea le pedían la muerte de los hombres de la aldea vecina y por las noches los asesinaban a cuchillo. Se decía: “Es la voluntad de la Milagrosa”.
Cada promesa era una venganza y así los dos pueblitos, que se llamaban Pucará, se exterminaron mutuamente. El cura se hizo rico. A los pies de la Virgen habían ido a parar todas las cosas, las cosechas y los animales.
Entonces una cadena hotelera multinacional compró, por un puñado de monedas, las tierras sin nadie,
A orillas del lago, se levantará un centro turístico.

EL SISTEMA.

De cada cien niños que nacen vivos en Guatemala o Chile, mueren ocho. Mueren ocho, también, en los suburbios populares de San Pablo, la ciudad más rica del Brasil. ¿Accidente o asesinato? Los criminales tienen las llaves de las cárceles. Ésta es una violencia sin tiros. No sirve para las novelas policiales. Aparece, congelada, en las estadísticas, cuando aparece. Pero las guerras reales no siempre son las más espectaculares y bien se sabe que los relámpagos de los balazos han dejado a más de uno ciego y sordo.
La comida es más cara en Chile que en Estados Unidos; el salario mínimo, diez veces más bajo. La cuarta parte de los chilenos no recibe ningún ingreso y sobrevive de puro porfiada. Los taxistas de Santiago ya no compran dólares a los turistas: ahora ofrecen muchachas que harán el amor a cambio de una cena.
El consumo de zapatos se ha reducido en cinco veces, en el Uruguay, en los últimos veinte años. En los últimos siete, el consumo de leche, en Montevideo, cayó a la mitad.
Los presos de la necesidad, ¿Cuántos son? ¿Es libre un hombre condenado a vivir persiguiendo el laburo y la comida? ¿Cuántos tienen el destino marcado en la frente desde el día en que se asoman al mundo y lloran por primera vez? ¿A cuántos se niega el sol y la sal?

EL HOMBRE QUE SUPO CALLAR.

Juan Rulfo dijo lo que tenía que decir en pocas páginas, puro hueso y carne sin grasa, y después guardó silencio.
En 1974, en Buenos Aires, Rulfo me dijo que no tenía tiempo para escribir como quería, por el mucho trabajo que le daba su empleo en la administración pública. Para tener tiempo necesitaba una licencia y la licencia había que pedírsela a los médicos. Y uno no puede, me explicó Rulfo, ir al médico y decirle: “Me siento muy triste”, porque por esas cosas no dan licencia los médicos.

EL SISTEMA.

Lo único libre son los precios. En nuestras tierras, Adam Smith necesita a Mussolini. Libertad de inversiones, libertad de precios, libertad de cambios: cuanto más libres andan los negocios, más presa está la gente. La prosperidad de pocos maldice a todos los demás. ¿Quién conoce una riqueza que sea inocente? En tiempos de crisis, ¿no se vuelven conservadores los liberales, y fascistas los conservadores? ¿Al servicio de quiénes cumplen su tarea los asesinos de personas y países?
Orlando Letelier escribió en The Nation que la economía no es neutral ni los técnicos tampoco. Dos semanas después, Letelier voló en pedazos en una calle de Washington. Las teorías de Milton Friedman implican para él el Premio Nobel; para los chilenos, implican a Pinochet. Un ministro de Economía declaraba en Uruguay: “La desigualdad en la distribución de la renta es la que genera el ahorro”. Al mismo tiempo, confesaba que le horrorizaban las torturas. ¿Cómo salvar esa desigualdad si no es a golpes de picana eléctrica? La derecha ama las ideas generales. Al generalizar, absuelve.

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