Bitácora de obrero #02. Los vagos del patrón

Con los pulmones hechos añicos de tanto respirar polvo, pintura y cuanta espuria salte y ronde y manche en una obra en construcción. Con los pulmones así, hechos adrede por nosotros, por nuestro cuerpo que no quiere pasar hambre, con cada cosa que dimos por hecho, con todo lo que conlleva no tener un elemento de seguridad, con todo esto nos hemos ganado el título, nosotros: los vagos del patrón.

Todo obrero es bueno al principio, yo incluso soy bueno al principio, cuando por estupidez o por la carga de la necesidad, sonrío a la oportunidad. Si el acuerdo de palabra (porque siempre es en negro, de palabra, como se le cante al que tiene la plata, nunca en blanco, nunca con algo a favor de quien está en la posición inferior), indica que deben ser nueve horas al día, más específicamente desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, uno cumple, al principio, cuando no conoce aún los trasfondos de la empresa, del empleador, y sobre todo, porque no conoce a los tiranos sin cerebros que ocupan los puestos de encargados, y es que estos personajes, tienen que tener la condición de tener un raciocinio nulo, básico, cuando aún uno desconoce todo eso, el horario se cumple a rajatabla, y en ese compromiso, brilla la estupidez a la que nos obliga el infortunio, mejor conocido como hambre, o peor aún: el miedo al hambre.

Luego las semanas van pasando, y ya no hace falta disimular tanto frente a los nuevos compañeros, ellos están tan muertos como dentro de poco uno mismo lo va a estar, y es que, ellos, ya son los vagos del patrón. Los que están ahí, como uno, solo porque no hay, por el momento, otra salida, y “eso”, lo “momentáneo”, siempre tiene forma de algo permanente.

Y las semanas pasan, si, y también las cuentas pasan, más pesadas, más lentas, cuanto más tiene una persona que pagar, más rápido se convierte en “uno” de los vagos del patrón.

Vos te vas dando cuenta de la transformación, cada vez rendís menos (gracias a dios), cada vez haces las cosas de forma más desprolija, y cada vez, todo te chupa más un huevo. Ojo, atento, que las cuentas siguen estando, ahí a fin de mes (más bien es a principio de mes) todo vuelve a llegar: el alquiler (sinónimo teatral del infierno en la tierra), la luz, la tv, internet, gas, agua, y lo que sobra es comida. Quién pueda comprar ropa, salir, hacer uso de su derecho de ocio, está en el cielo.

Como decía, uno se va dando cuenta de ese flojo desempeño camino al barranco, a la cuneta, y ahí se va a quedar, hay que ver luego que tipo de mano de obra puede brindar la propia zanja en la que uno termina; esa calidad de mano obra será la mínima, la indispensable como para poder seguir cobrando un puñado de papeles que cubra el derecho a vivir en esta tierra. Lo veo en mis compañeros y conmigo mismo, pero generalmente me chupa un huevo mi propia mano de obra, por eso miro al resto, tipos profesionales, realmente artistas y artesanos de la construcción que pueden hacer un trabajo de calidad internacional por el talento que tienen, pero claro, todos terminan siendo los vagos del patrón, yo encabezando esa lista de “afortunados” por supuesto (con honra de vago y no por talento).

¿Y por qué se da esta transformación de los vagos del patrón? En la propia psicología de quien hace el favor de darnos trabajo y la correspondiente limosna (mientras maneja un auto importado, pagado con nuestro cuerpo y tiempo, ya que levantarse a las 11 de la mañana te hace rico ¿no?). Me fui, según la psicología del patrón:


Como gran empresario que soy, como motor productivo de este país, como uno de los personajes principales de la economía, se mucho más que estos sucios. No progresan porque no trabajan (luego de que le compramos todo lo que tienen con cada músculo), o, mejor dicho, no se esfuerzan, hago lo que puedo por ellos, les pago más que en cualquier otro lado (cosa incomprobable) y cada vez me trabajan menos. ¿Ellos tienen problemas? Yo les doy de comer, pienso veinticuatro horas en la empresa, en cómo ganar más y más. Les hago un favor y no lo pueden ver, obvio que les descuento cuando están enfermos, porque fingen, mira si no vas a poder trabajar con un poquito de fiebre, con una gastritis, con una hernia que se levantó agresiva, son todas excusas.

Si estas mareado podes descansar unos cinco minutos y seguir, siempre tienes que seguir, así haga cuarenta grados. Por eso no pago si se enferman, porque por lo general son excusas.

Cuando no tienen más nada para hacer en la obra, se me van antes de hora a sus casas, ¿cómo quieren que les aumente? La semana, por ley, son cuarenta y cinco horas. Y a veces tienen la osadía de querer venir a reclamar las horas extras, las obras son mías, yo les permito trabajar en las mismas. Así funciona, así es, el problema es que son unos vagos.

Yo en cambio soy el motor productivo, el que da trabajo, los noticieros me enaltecen, me dan la razón, soy de los que mueven el país. Estos, ellos, los demás, ahí abajo, son todos vagos. No trabajan como tienen que trabajar, no quieren, no saben, en este país hace falta esa cultura, la del trabajo, como nosotros, los productores, los dadores de limosnas, de favores. Ellos solo están ahí, en la obra, sucios, en fábricas, en cualquier lado, como todo vago, en cambio yo, yo trabajo, yo, soy patrón.

¿Faltan elementos de seguridad? Seguí.
¿Faltan herramientas para no lesionarte? Seguí.
¿Necesitas un aumento? Seguí.
¿No llegas con lo que te pago? Seguí.
¿Estás enfermo? Seguí.
No hay excusas para trabajar.


A todo obrero, cuando nos ganamos el título de “el vago del patrón”, es cuando nos damos cuenta que valemos como personas, hay dos caminos, el otro, es ser un tirano que juega a ser dueño o importante: algún tipo de encargado. Y hay un camino peor: ser patrón y leer sobre negocios.

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