¿Cómo describir una rosa? Papeles para la basura, o prácticas de un escritor

Escrito el 5/12/21

La tengo en la mano, entre mis dedos, abrazándola con ellos. Sintiendo más el aroma de su tallo que el de sus pétalos, que me parecen un paño de hilos delgados y frágiles. No se el motivo de porque me encuentro haciendo una pésima y ridícula descripción de una rosa. ¿En dónde está la imagen? La que llega al lector y se ancla dentro de él. ¿Y si me voy al rosal de mis abuelos?

Allí me veo, y lo veo a él, que no es más que yo mismo en otro tiempo. Cuando el reloj parecía no avanzar y andaba con los pies sucios, siendo feliz sin darme cuenta del significado de esa palabra, o de que, en algún momento, cuando cierre los ojos y vuelva a abrirlos, andaría por las calles, corriendo detrás de obligaciones que no entiendo. Deteniendome cada tanto a mirar en las esquinas, para ver, si en algún rincón, se esconde algo parecido a la felicidad.

Pero ahí esta él. Mi niño del recuerdo observando a mi abuelo, está transpirado el viejo, trabajando a la sombra de la medianera del vecino. Aquel Diego, había escuchado, a la hora del almuerzo, que el viejo se echaría una siesta y cuando el sol deje de castigar un poco, aprovechando la sombra, se pondría a realizar el arco. El arco, estaba compuesto por alambres de fardo y dibujaba un semicirculo, como una puerta, una entrada a un lindo lugar, alegre, porque siempre se siente festivo uno cuando pasa por debajo de un arco de rosas. Aquel trabajito del abuelo, valorizó el patio, lo pintó, lo hizo otra cosa, mas llevadera que el patio de una casa usurpada. Al tiempo, el rosal comenzó a crecer y se formó, y la casa entera era otro lugar, transportado a quien sabe donde, gracias al arco de rosas. Un regalo que mi abuela quería, y el nono, como no sentía el calor, porque los viejos de antes parecen inmunes a las altas temperaturas, trabajó todo un domingo para darle aquello, que era hermoso.

El rosal con forma de arco duró poco, como un viaje, como una especie de nube espumosa que había visitado nuestro patio, y que luego se esfumó de golpe, cuando la abuela lo agarró con el machete, y mi yo de aquel entonces miraba al abuelo, ya no quería ver el rosal, quería que el abuelo se levante y frene todo aquello, la destrucción del arco de rosas, pero el abuelo solo observaba, con los ojos, los ojos mas colorados que las propias rosas. Sin embargo, aquellas rosas de mis abuelos no pueden ser una simple flor en la mano, son las rosas que en su ausencia dejaron el patio mas feo, incluso mas apático que antes de las llegadas de ellas, las rosas de mis abuelos.

Pero las rosas son una planta a la cual, alguien se abre, de forma secreta y sin decir una palabra de mas. Puede asemejarse a la figura de un vórtice, un espiral cónico por el cual se desciende hasta poder llegar a esa palabra que no esta de mas. Entonces, me acerco, aún sin sumergirme demasiado en su vorágine, en su historia, y estoy aún en su capa verde, cortandome con cada espina, líneas ácidas en mi piel, dibujadas por esa necesidad de profundizar en algo tan sencillo como una rosa. Llego finalmente a su núcleo secreto, desde donde fluye el torrente de la vida para terminar allí arriba, la obra de deslumbrar la mirada, con su paño de hilos finos, sus colores inmutables, hasta que como mis propios ojos, sus pétalos comiencen a perder esa majestuosidad y se contraigan, y se caigan a pedazos de ella, y solo quede esto, el centro del vórtice cónico, dejando de fluir y esperando la próxima oportunidad de pintar, un momento, un arco de alambre por dónde mi yo, aún juega en su niñez, y entonces por cuestiones mas o menos azarosas, descubro que mi descripción de la rosa poco puede servirle al mundo, al lector, a alguien que busca en cada hoja de un libro pasado, una especie de verdad. Pues mi rosa, las rosas que puede ver, se erigen para pintar, un poco, en un pequeño momento de la vida, algún recuerdo a fuego en la memoria, como aquel patio, feo, de una casa usurpada, luego, el machete de la abuela, los ojos rojos de mi abuelo que contemplan la acción, inmóvil, inmutable, porque el viejo quizás sabía, que la rosa era eso, un momento. Aunque seguramente, él, ya estaba podrido, después de setenta años, que las cosas duren demasiado poco. Y nos queda, y le queda, y le quedó, al viejo, la idea, de que las rosas son recuerdos, a los cuales volver.

 

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